lunes, 23 de marzo de 2015

Malas Decisiones

Novela Laliter 
Malas Decisiones
Capítulo 3: Parte 2:


Lou entró en la cocina con una sonrisa en el rostro mientras se acomodaba la camisa y los zapatos. Todas se quedaron boquiabiertas al ver que sus manos estaban vacías.
—¿Te la ha aceptado? —jadeó Kim.
—Sí, y quiere que regrese por los platos y la bandeja en media hora —dijo Lou con suficiencia.
—No lo creo —murmuró Valerie arrogante—. Ha de ser uno de sus jueguitos. Como la vez que nos la regresó con tierra o algo así. No se la comerá; nunca lo ha hecho.
—Eso ya no está en nuestras manos. Nuestro deber el darle la comida a los estudiantes, lo que hagan con ella ya es su responsabilidad —comentó Margaret tratando de aquietar el ambiente.
—¿Se fue Jared? —preguntó Lou al ver hacia todas partes.
—Sí, no se miraba nada feliz —comentó Lila.
Lou ayudó con el resto del trabajo esperando ansiosamente ir a traer la bandeja de Marco. Su nombre no dejaba de resonar en su cabeza como el eco de un canto de ángeles. Sus ojos grises y cristalinos se reflejaban en cada mirada y su olor a lluvia y bosque aún permanecía en sus fosas nasales.
Ella contaba los segundos que faltaban impacientemente, hasta que al fin llegó la hora. Lila le hizo una seña a Lou permitiéndole salir a traer la bandeja. Ella salió a toda pastilla al jardín donde buscó por todos lados a Marco, pero él no estaba.
—¿Marco? ¿Dónde estás? —preguntó Lou en voz alta.
No hubo respuesta alguna, pero encontró la bandeja con los platos y la copa vacía; Marco se lo había comido todo. Lou sonrió mientras se acercaba y tomó en sus manos la loza. Había una flor pequeña y amarilla a un lado de la bandeja. Ella la tomó y la rozó por sus mejillas mientras susurraba el nombre de Marco. Guardó la flor en su bolsillo y regresó a la cocina.
Todas se lanzaron encima de ella para revisar la bandeja. Estaban asombradas y boquiabiertas de ver como, por primera vez, Marco había aceptado la comida, y se la había acabado toda.
—Increíble —susurró Margaret sonriendo.
Kim y Valerie miraron a Lou con mala cara, pero eso no disminuía la felicidad que sentía Lou. Este había sido el mejor día de su vida hasta ahora.
Llegó la hora del bocadillo y Jared no apareció. Lou se imaginó que él no consumía tal alimento a esas horas. Permaneció con su buen humor durante el resto del día, hasta que salió del trabajo con los tappers. Esta vez se aseguró de llevar suficiente comida para Frida y para ella.
Mientras salía por el pasillo a la misma hora de ayer, la mujer morena volvió a entrar a la oficina del director, pero esta vez llevaba un pantalón ajustado. Lou miró de nuevo la puerta del salón de clases de Jared, pero esta vez no se asomó.
Se apresuró a llegar al parque donde Frida la esperaba con su rostro cansado. Lou se arrodilló frente a ella.
—Hola, señora. Regresé, y le traje esto —le extendió la comida.
—Muchas gracias —le contestó mientras comía.
Lou se llevó a la boca la comida que Frida había dejado y luego se dispusieron a caminar por el parque.
Frida le contó a Lou toda la historia de su vida. Como sus hijos la dejaron cuando ella ya no servía para nada. Lou también desahogó su historia con ella, y le contó cada una de las cosas que había vivido con el hombre ebrio. Frida se indignó y dijo palabras que Lou jamás esperó escuchar de la boca de una viejecita de ochentaidós años. Cuando al fin anocheció Lou y Frida se dirigieron a la cabina de cajeros automáticos y se recostaron contra la pared para poder dormir.

Los días pasaban. Lou llevaba un mes trabajando en la universidad. Todos los días, después del trabajo, Lou iba a asearse en el baño de una gasolinera, daba de comer a Frida y llevaba la comida a Marco, y este se la comía siempre que Lou se la iba a dejar. Lou halló la manera de esconder a Frida en el refugio, llevándola muy noche. Así, Frida dormía en la cama y Lou debajo de ella con una manta en el piso. Hasta el momento, las cosas le habían salido bastante bien en comparación a la tortura que vivía antes. No le importaba tener que levantarse a las cinco de la mañana para conseguir desayuno para Frida y ella, caminar del refugio al comedor, del comedor de regreso al refugio, del refugio a la universidad, de la universidad al parque y del parque al refugio todos los días. El hecho de ver a Marco unos minutos durante el mediodía era la gasolina que impulsaba su motor. Él hablaba poco, lo más mínimo, pero interrogaba a Lou con preguntas personales. Jared seguía tratando de convencer a Lou que tuvieran una cita, pero ella le contó que no podía dejar a Frida sola ni una sola noche, y que cualquier cosa que no fuese necesaria tendría que esperar.

Habían pasado ya dos meses desde que Lou trabajaba en la universidad. El director Bedoya estaba muy feliz con ella, sobre todo por la reacción de Marco ante la comida cuando ella se la llevaba, aunque a Jared no le hacía mucha gracia la idea.
Todo iba normal, hasta que Lou menos se lo esperó… Llegó el día que todo iba a cambiar.

Jared estaba en casa. Ya se había alistado para ir a la universidad. Su madre ya se había ido al trabajo, y su padre desayunaba un café en la cocina.
—Jared, ve a decirle a tu abuelo que venga a cenar esta noche para el cumpleaños de tu madre —le ordenó Bedoya.
—Sí, papá —contestó de mala gana—. ¿Me puedo ir en auto? —bromeó.
Bedoya lo fulminó con la mirada y Jared contestó con una carcajada. Salió de la casa y caminó los escasos cien metros que separaban las casas y entró como por su casa.
—Buenos días. ¿Dónde están mis antepasados? —bromeó Jared.
—Lo traes entre cada nalga —le contestó su abuela desde la cocina.
Jared entró a la cocina donde encontró a sus abuelos y a su tío desayunando. Jared hizo cara de asco al ver a Marco, sin embargó, él ni siquiera se dignó en verlo.
—Mamá quiere que lleguen a las ocho para su cumpleaños —informó—.Y que traigan regalos caros —agregó.
—Ya le di la vida, que no pida más —comentó la abuela de Jared.
—Y no traigan al estorbo —dio media vuelta.
Se escuchó el rechinido de la silla y posteriormente Jared fue empujado por la espalda. Este se volteó y tomó al chico de ojos grises del cuello de la camisa y lo estampó contra la pared. Marco apartó a Jared de un empujón y cayó al suelo.
—¡Por Dios! ¡Otra vez no! —gritó la madre de Marco espantada.
—¡Ya basta! ¡No toleraré esto! —gritó Peter; el padre de Marco tomándolo de los brazos.
Los ojos de Marco flameaban y Jared estaba utilizando la última gota de la copa de su paciencia. Se fulminaron con la mirada el uno al otro, destazándose con ella.
—Jared, por favor vete. Debemos hablar con Marco —pidió Lali.
Jared asintió con la mandíbula presionada fuertemente y se dirigió hacia la puerta, antes de abrirla miró la perilla y se le ocurrió una idea.
—Voy al baño primero —dijo y salió corriendo hacia adentro.
Jared se escabulló por la casa y entró a la cochera. Miró el auto deportivo negro de Marco y sonrió con malicia. Tomó un destornillador de la caja de herramientas y clavó con fuerza el artefacto en los neumáticos. Una vez que las cuatro llantas se notaron aguadas, Jared salió de la casa a hurtadillas riéndose de su maldad. 
—¿Qué te dijeron? —preguntó Bedoya saliendo de la casa.
—Que vendrán —sonrió—. Vámonos.
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Fin de maraton
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Mika☆

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